11 ideas para solucionar la escasez hídrica en Chile de acuerdo con Pablo García-Chevesich
20/06/2022Riego inteligente: Agricultura 4.0 para enfrentar la escasez hídrica en paltos
06/07/2022FUENTE : REVISTA MUNDOAGRO
El agua se está tornando uno de los recursos naturales más escasos en Chile, así como en otros lugares del mundo. Este fenómeno tiene dos causas, el aumento del consumo producto del desarrollo económico y un cambio de régimen de precipitaciones que ha venido disminuyendo tanto la precipitación líquida como la caída nival en cordillera. En Chile, como en el resto del mundo, más del 70% de los recursos hídricos se usan para producir alimentos, de modo que una crisis del agua necesariamente repercutirá en el abastecimiento y precio de los alimentos.
Ambos procesos que afectan a los recursos hídricos no se ven reversibles en el corto plazo, de modo que tendremos que redoblar los esfuerzos para lidiar con una situación de precariedad hídrica por muchos años. La ciencia nos enseña que los tiempos de residencia de los gases de efecto invernadero llegan a los 100 años, por lo que ellos alterando el clima, durante un siglo aun después de que dejemos de usar combustibles fósiles. Por otra parte, la demanda seguirá creciendo en la medida de que el desarrollo económico de cada región vaya elevando la producción agrícola, minera, industrial y domiciliaria.
La presencia de los 7.300 millones de personas que pueblan en la actualidad el planeta, consumiendo diariamente 90 millones de barriles de petróleo, 11,5 km3 de agua dulce y 6,8 millones de m3 de madera, está llevando a la biosfera a una situación crítica, cuya huella ya no parece borrarse por sí sola. Los océanos se han ido llenando de basura, las aguas continentales agotando y degradando en su calidad, y la atmósfera recibiendo las casi mil toneladas por segundo de gases de efecto invernadero.
Los cambios permanentes a escala humana que podría sufrir el clima de las diferentes regiones del mundo, exigirán importantes acciones de adaptación para reducir los riesgos naturales, mantener la capacidad de producir alimentos, evitar la degradación de los ecosistemas, la extinción de especies, el agotamiento del agua dulce, la degradación de los suelos y un potencial desequilibrio biológico que afectaría a los ecosistemas naturales, agrícolas y a la salud humana. En este contexto, los países se verán en este siglo enfrentados al desafío de optimizar la gestión de sus recursos hídricos, asegurando el acceso al agua en sus dos funciones más esenciales, el consumo humano y la producción de alimentos.
EL DESAFÍO EN CHILE
En Chile, este desafío adquiere particular vigencia por cuanto la zona central, la más rica en términos de potencial agrícola, ha experimentado una disminución de 15 a 25% en la pluviometría anual, tendencia que ha sido particularmente marcada después de 2010, llevando el promedio móvil de 10 años en Santiago, a valores cercanos a los 200 mm/año, luego de una secuencia de 12 años consecutivos con anomalías negativas. Esto ha estresado no solo a los caudales, sino también a las reservas de nieves, a los embalses y a las aguas subterráneas. Claramente estamos frente a una modificación del ciclo hidrológico, que va más allá de una coyuntural sequía, siendo altamente probable que no volvamos a recuperar en el corto plazo la normalidad en las cifras que manejamos durante todo el siglo XX.
En el enfrentamiento de este desafío, es probable que la agricultura sea el rubro más afectado, considerando que es la actividad, por su naturaleza, más consumidora de agua. Una hectárea con agricultura de riego consume unas 10 a 15 veces más agua que una hectárea urbana. Esta cifra se amplía aún más si se considera que más del 70% del agua usada por las ciudades vuelve al cauce para su reúso. En la medida que las restricciones hídricas se acentúen, parte del agua disponible para la agricultura se irá trasladando al uso doméstico, como una forma de asegurar el consumo humano. Cualquiera sea la legalidad del agua en el futuro, este principio siempre tendrá primacía indiscutible en la gestión del agua.
Los números muestran que inequívocamente estamos en una crisis del agua que podría limitar fuertemente el desarrollo si nos quedamos en una actitud contemplativa. Se requiere una reacción inteligente y oportuna con componentes técnicos, políticos y económicos que apunten a las preguntas siguientes:
- ¿Cómo evolucionará en las próximas décadas la disponibilidad de agua en cada región o cuenca?
- ¿Cuál es el nivel de desajuste oferta-demanda en cada cuenca?
- ¿Cuánta agua puede aportar una gestión más eficiente del agua?
- ¿Qué tecnologías nos ayudarían a sintonizar la demanda con la oferta de agua en cada cuenca?
- ¿Puede la escasez de agua amenazar la seguridad alimentaria del país?
DISPONIBILIDAD A LA BAJA
En general, cada cuenca tiene un comportamiento hidrológico que le es característico. El agua total que precipita en la cuenca se particiona en escorrentía superficial, recarga de napas y evaporación desde el suelo, las plantas y los cuerpos de agua. Las proporciones en que ello ocurre son propias de cada cuenca, pero tienden a mantenerse en el tiempo. Solo varían con el tipo de lluvias, las más intensas tienden a favorecer la escorrentía, las más repartidas en el tiempo durante la estación fría favorecen la infiltración y las lluvias pequeñas y cargadas hacia las estaciones más cálida, a la evaporación.
Si trabajamos en la hipótesis de que el tipo y distribución de las lluvias siguen un patrón similar cada año, entonces la proporción entre precipitación total y escorrentía tiende a ser una constante, con un cierto margen de variación interanual en respuesta al tipo de lluvias de cada año. Como los modelos globales pronostican que la disminución de los montos anuales de lluvia continuará al menos dentro de este siglo, entonces podemos esperar una disminución adicional del orden de 15 al 25% en las precipitaciones de aquí a la segunda mitad del siglo XXI. En una proporción similar debieran haber disminuido los caudales de los principales ríos en la zona central. Esta disminución se iría atenuando hacia el sur, hasta llegar casi a cero entre Aysén y Magallanes.
Considerando que los ríos de Chile, entre Copiapó y el Biobío, tienen una escorrentía promedio anual que sumada llega a 1.239,3 m3/s. (MOP, 2013) y que una disminución de 20% en la precipitación podría significar un menor caudal de 248 m3/s, esto quiere decir algo así como la desaparición del rio Maule completo, con sus 160.000 ha regadas. Si hacemos fe en los modelos, los que han demostrado mucho fundamento y capacidad de irse adelantando a los hechos, la tarea es mayor y urgente.
La capacidad de nuestra agricultura para mantener una fuerza exportadora que se empina a los 20.000 millones de dólares y proveer de los esenciales alimentos en tiempos de inseguridad alimentaria, no está garantizada si no enfrentamos debidamente el desafío del cambio climático. Consideremos además que, desde los inicios de los años 2000, los cambios climáticos parecen ir en aceleración, y que las soluciones a problemas de gestión hídrica son de muy largo plazo de implementación, por lo que una solución retardada puede generar costos económicos y sociales insalvables. Ver Figura 1 y Cuadro 1.
OTRAS RAMIFICACIONES DEL PROBLEMA
Una precarización de la agricultura de riego no es un problema de los agricultores, sino de la sociedad entera, por cuanto el efecto multiplicador de esta actividad sobre las economías locales es probablemente mayor que el de otras actividades productivas. Agregase a este hecho, el que una parte importante de esta actividad corresponde a la agricultura familiar campesina, que juega un rol esencial como sustento de la vida rural.
Sólo el trabajo directo generado por la agricultura varía según las especies y la época. Considerando una demanda media de mano de obra de 45 JH/ha año, el impacto de reducir la cobertura de riego en 161.826 ha, genera una reducción de más de siete millones de jornadas. Gran parte de esta fuerza laboral, al no encontrar otras fuentes de trabajo en el campo, genera migración campo ciudad, presionando los sistemas de salud, educación y vivienda en las ciudades, creando presiones al sistema asistencial del Estado.
A su vez, esto provocaría un debilitamiento de las economías locales, por cuanto baja la demanda por bienes y servicios, mucho de los cuales son provistos por pymes locales. Cabe destacar que este debilitamiento operará con más fuerza en las áreas que hoy son predominantemente de pequeña agricultura, dado que es la que tiene menos opciones de adaptación a un escenario climático hídricamente más restringido.
LO QUE NECESITAMOS
Si algo no se debe hacer cuando se visualizan desafíos en el horizonte, es seguir caminando con absoluta prescindencia de lo que se nos aproxima. Todas las cifras apuntan a que en los próximos años la crisis hídrica solo se profundizará, por lo que es indispensable que comencemos, con sentido de urgencia, a implementar una estrategia de adaptación que nos permita convivir con un futuro algo más seco, sin perder el estratégico rol social, económico y ambiental que juega la agricultura.
Como en todo plan, una primera etapa debiera incluir aquellas acciones que están más a la mano ejecutar, apuntando al mejoramiento en la eficiencia de la gestión, tanto a nivel predial, como de las cuencas. Para esto es esencial redoblar el paso en tecnificación de regadío, mejorar canales de distribución, telemetría y automatización, capacitación de usuarios.
En una segunda etapa el esfuerzo se orienta al mejoramiento y ampliación de infraestructura que permita optimizar la regulación hidrológica de las cuencas del agua. El objetivo de esta etapa es lograr que toda agua que esté por encima del caudal ecológico de los ríos debiera ser utilizada, para lo que necesitamos una capacidad ampliada para retener las aguas que podrían ser usadas sin afectar la ecología del valle. Esto nos invita a aumentar la capacidad de embalse a través de pequeños y medianos reservorios distribuidos a través de toda la cuenca, incluidos los sectores bajos, desde donde el agua podría ser bombeada para dar sustento hídrico a las áreas con mayor potencial climático.
Un buen complemento tecnológico en esta etapa podría ser la inyección de napas. Cuando estas acciones toquen techo, particularmente en las regiones más nortinas, con menor dotación hídrica, estaremos frente al dilema de mover la capacidad productiva que no se sustente hídricamente, hacia el sur, dejando atrás el enorme potencial agrícola de las regiones del norte, o recurrir a nuevas fuentes de agua que permitan aprovechar las ventajas agroclimáticas de estas regiones.
En la búsqueda de una respuesta a este dilema, pasaremos a la tercera etapa, donde los esfuerzos se orientan a crear nuevas fuentes de agua no tradicionales. Estas fuentes son esencialmente dos, el mar y las aguas superficiales excedentarias de cuencas más lluviosas que pudieran interconectarse vía las llamadas carreteras hídricas. Esta es la fase que requiere de mayores salvaguardas ambientales, por cuanto son dos soluciones que mal implementadas podrían tener impactos importantes.
La desalación de agua marina por ahora pareciera ser una solución restringida a proyectos con excepcional rentabilidad, que tengan la capacidad de pagar elevados costos por el agua. En el caso de las aguas transportadas desde fuentes lejanas, falta por verse el costo. Ambas soluciones son energéticamente costosas, por lo que su viabilidad depende del costo y disponibilidad de las ERNC, el cual viene bajando con los avances tecnológicos.
En una cuarta etapa, y por razones que van más allá de la agricultura, el país debiera avanzar hacia un desarrollo territorialmente inteligente. Detrás de esto, está la armonización de los recursos disponibles en cada región del país (agua, suelos, patrimonio vivo, espacio, humedales), con la capacidad de acogida de las acciones humanas, dando pautas para no sobrepasar los niveles de resiliencia del territorio. Esto permitiría conocer los límites máximos en que cada actividad (agricultura, minería, industria, ciudad, infraestructura) puede desarrollarse, sumados todos sus requerimientos, de manera sustentable, sin vulnerar permanentemente los equilibrios ambientales.
Está claro que Chile enfrenta un escenario hídrico complejo, el cual aún no es visto en su verdadera dimensión. Frente a esto, la agricultura podría ser fuertemente golpeada en este escenario, dejando al país en precaria sustentación alimentaria, justo en un momento en que el mundo enfrenta una de las mayores crisis alimentarias, que podría perdurar por varios años. Los nuevos escenarios del clima perdurarían por uno o dos siglos, un tiempo suficientemente largo como para que nos pongamos ya a construir el puente que nos lleve a un futuro seguro.